LA VANGUARDIA 04.10.2002
   

BALTASAR PORCEL
   
   

También estoy en Berlín por intereses muy concretos: el Institut Ramon Llull y la Conselleria de Cultura balear han celebrado aquí una decena de días de actos culturales. Así, conciertos musicales, conferencias, mesas redondas, pases de películas, una muestra pictórica, y en mi ramo lecturas de novelas en catalán traducidas al alemán de G. Frontera, C. Riera, Q. Monzó, G. Janer Manila, A. Vicens y un servidor, coordinadas por Pilar Arnau y con la asistencia de Àlex Susanna. Y todo en lugares emblemáticos como la Alte Kantine de la Kulturbrauerei, enorme y antigua fábrica de cerveza donde prisioneros judíos tuvieron que trabajar forzados, hoy convertida en multiespacio cultural alternativo, o la venerable Literaturahaus, chalet y jardín decimonónicos por donde han pasado los grandes escritores del siglo.

La pregunta se impone: ¿se ha conseguido así hacer mella en la vasta y a menudo apasionante oferta cultural berlinesa? Dicen que se trata de la primera de Europa. Bien: no se ha logrado estar en primera línea, pero el eco tampoco ha sido escaso. Un ejemplo: los actos han aparecido reiteradamente en las agendas de toda la prensa de la capital. De ahí que estudiantes de literatura, amantes del jazz o de la música barroca, lectores anónimos, gente interesada por la realidad de Baleares y Cataluña, haya frecuentado o llenado las salas. Supongo que todo esto presagia un buen futuro al Institut Ramon Llull, destinado a promocionar nuestra cultura en el exterior. Y estos países del Norte, comenzando por Gran Bretaña y Alemania, son para nosotros mejores que los del Sur: para ellos representamos el Mediterráneo, una creatividad abierta, un mundo que les fascina, mientras Francia nos conoce más pero nos observa con hostilidad porque le molesta nuestra personalidad independiente, mientras Italia por lo mismo prefiere quedarse en puertas. ¿Los latinos heredaron de los romanos, de la Iglesia católica, esta tendencia centralista y unidimensional? Sea como fuere, o nuestra cultura se expande o sólo en España se ahoga. La ahogan.

Curioso ha sido otro acto de Berlín, a cargo de Vinyet Panyella: la presentación en facsímil de un vocabulario catalán-alemán, impreso en Perpiñán en 1502 por un tipógrafo tedesco que al poco de la invención de la imprenta anduvo por Cataluña trabajando a granel. O sea, que en la época dicha de nuestra decadencia la relación internacional exigía este diccionario y el Rosellón constituía una activa frontera. El libro es una joya y es una oriflama: debemos seguirla.

   

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Disseny| Marcela Polgar